Me gusta cuando llegan estas fechas.
Desde hace cuatro años empiezo a contar los días que faltan para el bendito "Puente de la Constitución".
La maleta ya está bajada de lo alto del armario arrugada y vacía, esperando a ser llenada en cuestión de horas, y el jueves, en cuanto suene la sirena del colegio que marca el fin de las clases vespertinas, el motor de mi coche rugirá con fuerza y nos llevará rumbo al sitio de mi recreo.
Adoro Oropesa en invierno. La sensación de recorrer las solitarias calles que en verano están rebosantes de gentes es única.
Y el mar, con ese color plomizo tan distinto al radiante azul del verano, tan sereno, tan frío, tan distante.
Supongo que para los que somos de "secano" el mar invernal ejerce una atracción dificilmente comprensible por aquellos que están acostumbrados a tenerlo como parte de su rutina.
Me gusta subir al pueblo, pasear por fin por sus empinadas calles empedradas, aquellas que en verano resulta muy difícil recorrer por culpa de las altas temperaturas.
Siempre hay una o dos mañanas lo suficientemente soleadas como para disfrutar de un vermut en una terraza de la plaza, rodeado solo de palomas mendigando unas migajas y de forasteros que como yo, se sienten en estas fechas totalmente oropesinos.
En unos días vuelvo al sitio de mi recreo, con los mios, a descansar, a disfrutar, a no hacer nada salvo ver pasar las horas, con un concepto del tiempo tan distinto al que maneja mi rutina, que en ocasiones llega a darme vértigo solo de pensarlo.
Momentos de lectura, de monólogo mezclados con la vorágine del reencuentro, del diálogo apresurado,del resumen en pocas palabras de meses otoñales.
Cambiar la vida espartana por los excesos, pantagruelicas tertulias, horas de vino y rosas antes de volver a la rutina cotidiana.
El sitio de mi recreo, de tantos recreos entremezclados.....Es cuestión ya de horas el volver a reencontrarnos.
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